En la arquitectura contemporánea occidental ha habido una especial predilección por desafiar la gravedad. Un interés que es reflejo del movimiento moderno, donde se confiaba plenamente en la técnica y en las capacidades del hombre para sobreponerse a la naturaleza. En un principio, esta corriente nace para dar respuestas básicas a un período de guerras y posguerras, cuya herramienta principal ha sido la razón. Sin embargo, a medida que se fue avanzando en el siglo XX, la implementación de la técnica ha ido cambiando el fin último de su cometido para convertirse, cada vez más, en un icono estético.
Tal vez, uno de los ejemplos más brillantes de dicha condición es la casa Kaufmann, más conocida como casa de la cascada, diseñada por el arquitecto norteamericano Frank Lloyd Wright. En este caso, los desafiantes voladizos de los balcones están al servicio de un nuevo concepto de arquitectura, donde las estancias ya no son compartimentos estancos sino que se interrelacionan entre ellos y se prolongan por las diferentes terrazas hasta alcanzar la exuberante naturaleza de su entorno.
En la actualidad, tenemos muchos ejemplos deseosos de evidenciar una clara superación estructural y mostrarse ingrávidos ante la gente, aunque de una forma mucho más iconoclasta que puramente arquitectónica. El bloque de viviendas WoZoCo, de la firma holandesa MRVDV, o la torre Marenostrum (actual sede de Gas Natural/Unión Fenosa), de los arquitectos Enric Miralles y Benedetta Tagliablue, pueden ser unos buenos ejemplos de lo expresado anteriormente.
Así pues, podríamos pensar, por un momento, que levitar o sostenerse en el aire es un anhelo propio de nuestra contemporaneidad. Sin embargo, si echamos la mirada hacia atrás, pronto nos daremos cuenta que es un desafío intrínseco a la historia de la humanidad. Seguramente, el relato que mejor narre dicha condición sea el mito griego de Ícaro y Dédalo.
Entonces, aclarado que el desafío a la gravedad no es un simple anhelo actual, no podemos esperar ni un segundo más en citar a la fantástica escalera barroca, concebida por Domingo de Andrade, que se encuentra en el antiguo convento de Bonaval, actual Museo do Pobo Galego, en Santiago de Compostela. Obra singular que, al ser visitada, nos causa, de cada vez, una inmensa emoción. Tres escaleras, que casi de forma metafórica, explican los tres pilares fundamentales de la arquitectura; firmitas, utilitas y venustas. Belleza inigualable, dando conexión a distintas estancias a diferentes niveles se muestra como un auténtico prodigio de cantería, totalmente irreverente con las más estrictas fórmulas newtonianas.
Pues bien, todo esto nos sirve para introducir un trabajo en el cual estamos actualmente inmersos. Se trata de la dirección de obra de la rehabilitación de una modesta vivienda de unos 5 x 5 m, en planta (planta baja y primera), en el casco histórico de la villa de Muros. Una vivienda en esquina, donde destacan dos escudos heráldicos en su primera planta, así como la talla de los dinteles, en dicha planta, simulando los motivos de una concha de vieira.
En el proyecto desarrollado por factar, se introdujo la recuperación completa de un maravilloso balcón que daba toda la vuelta a la vivienda, como así figuraba históricamente. Una fotografía, del año 1920, atestigua perfectamente la presencia de dicho elemento arquitectónico.
Todo un ejemplo de desafío a la gravedad. Voladizos de 70 cm formados gracias a unas ménsulas pasantes, de más de 2 m, compuestas por dos piezas perfectamente trabadas. En realidad, todo funciona como un juego de equilibrios, donde el momento producido por el balcón se contrarresta con el peso propio de los muros de carga, así como la estructura interior de madera que atenúa el momento de giro.
Un sensato intercambio de empujes, que convierten a esta pequeña construcción en un ejemplo más que estar cerca del astro sol siempre es reconfortante, aunque conviene no acercarse demasiado, no vaya a ser que se nos derrita la cera de nuestras alas…